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Érase una vez en Venezuela… o la fantasía de Venecia en plena revolución

Juan José Llamas Macías

Pudiera tratarse de la efervescencia que vive nuestro querido México en estos tiempos electorales, tiempos que en lo personal detesto, pero que me llevan a la reflexión y es en el cine documental donde justamente encuentro estos puntos que le exigen a mi pensamiento respuestas para aquello que ha pasado y lo que está por pasar en virtud de lo que decidimos o no hacer en las urnas.

En la columna pasada, escribí acerca de una película documental de origen ruso situada en la posguerra. Hoy quiero que nos traslademos a Venezuela para hablar un poco acerca de “Érase una vez en Venezuela”, película documental dirigida por Anabel Rodríguez Ríos que nos muestra la comunidad del Congo Mirador, un pueblo flotante en la región norte de Venezuela junto al lago de Maracaibo. Mientras la película pareciera proponer una narrativa de mero conocimiento de los pobladores de la comunidad, poco a poco la directora profundiza en las necesidades reales de una sociedad olvidada por la revolución chavista. ¡Qué lejos queda la fantasía de Venecia! Acá no se cuenta una historia de amor sobre una góndola que nos invita al viejo mundo. Acá se cuenta una historia donde la comunidad está enfrentada por dos ideas acerca de personas que no han sabido voltear a verlas porque es más fácil dejar y olvidar, aún cuando la revolución persigue un nuevo mundo. El conflicto principal se centra en que la sedimentación se ha hecho presente en los últimos años y ha obligado a muchos habitantes a mudarse de forma involuntaria, trasladando sus casas en lanchas (aunque suene a fantasía) y dejando atrás la tierra que les pertenece. La narrativa enfrenta a dos bandos y lo hace de forma magistral. Por un lado, tenemos el activismo político, encarnado en una mujer de principios chavistas fervientes. Por el otro, tenemos a la maestra de la escuela rural que lucha por la educación como única salida y posible futuro en sus pequeños y alegres estudiantes, permitiendo el paso a la oposición política, pues para ella 15 años de hartazgo son suficientes para no creer más. Firmemente creo que la educación es la llave y que el camino ciego está en prohibir el acceso a las aulas. Estos dos mundos se ven enfrentados en tiempos electorales y las conclusiones son peligrosas, pues los únicos caminos son mantener el pueblo o dejarlo morir en el olvido.

Como buen cine documental, muchas dudas llegan a mi cabeza a partir de esta película: ¿hasta dónde debe llegar el espíritu revolucionario?, ¿debemos ser ciegos ante la pobreza y miseria humana?, ¿el voto es conveniencia o convicción? De forma explícita e implícita, la directora responde a estas preguntas a lo largo de la película y resulta desgarrador y poco esperanzador el panorama, y si no es por su gente, por la educación y por el sentimiento de convivencia, aceleraríamos nuestro camino hacia la decadencia.

“Érase una vez en Venezuela” podrá verse en cines a partir de ya en nuestro país y considero que debe ser vista por todos nosotros como mexicanos, porque la historia que se escribió en otros lugares puede ser o no ser nuestro siguiente capítulo y de nosotros depende alentarlo o detenerlo en virtud de nuestras convicciones, de nuestra voz. ¡Todos al cine!

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