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¿Cómo estableces tus límites personales? (parte 2)

Es viernes por la noche y llegas a casa después de una ajetreada semana. Cuando estás a punto de retirarte a descansar, Marcela, una de tus antiguas compañeras de prepa, te llama para decirte que está de paso por Querétaro y te invita a reunirse en un Starbucks cercano para recordar los viejos tiempos. Si bien te da gusto saber de ella, lo último que desearías en ese momento es tener que salir de nuevo. ¿Qué crees que le responderías?

Si cedes ante su propuesta, tal vez seas una de las personas que acostumbran anteponer las necesidades de los demás a las propias. Esto no es necesariamente negativo y, de hecho, hablaría bien de tu generosidad y empatía. El problema es que es también posible que te cueste trabajo establecer tus límites personales, es decir, las barreras emocionales y psicológicas que nos permiten proteger nuestra dignidad y derechos.

En el diario español “ABC”, Melissa González apunta al respecto: “Es muy probable que en algunas situaciones anticipemos que la otra persona se va a enfadar o que va a pensar que soy egoísta o que no le quiero prestar mi ayuda”. Sin embargo, si doblamos las manos, desperdiciaremos la magnífica oportunidad de mostrarnos asertivos; de ahí la necesidad de hacer valer nuestros límites, construyendo así un espacio personal en el que nos demos el lujo de ser nosotros mismos.

Nina Brown, autora del libro “Coping with infuriating, mean, critical people” (“Cómo enfrentar gente ruda, exasperante y criticona”), identifica cuatro tipos de barreras psicológicas, comúnmente utilizadas para fijar nuestros límites personales: suaves, porosas, rígidas y flexibles.

Las barreras suaves son enclenques y propias de aquellos que fácilmente caen en las redes de otros. Estas personas deberían preguntarse: ¿por qué me resulta difícil decir “no”?, ¿podría hacer el esfuerzo de reducir mi dosis de empatía?, ¿qué me lleva a quedar atrapado en las emociones de otros?, ¿será que les permito a los demás aprovecharse de mí por mi “corazón de pollo”?

Las barreras rígidas conforman un muro inexpugnable, que impide a otros acercarse, ya sea física o psicológicamente. Las personas que caen en este tipo de aislamiento, muy posiblemente fueron víctimas de abuso físico, psicológico o emocional en algún momento de sus vidas y temen ser lastimadas de nuevo.

Las barreras porosas se encuentran en un punto intermedio entre las suaves y las rígidas. Quienes están en dicha situación no saben cuándo abrirse o cerrarse emocionalmente. Esto podría deberse a una de las siguientes razones: dado que a veces están “de malas” y otras “de buenas”, los demás tienden a mirarlos con recelo; son de la idea de que siempre hay alguien que tratará de sacar ventaja de ellos; son susceptibles a dejarse contagiar por las emociones de otros.

Las barreras flexibles se asemejan a las rígidas, pero son más fácilmente controlables, ya que es uno quien decide cuándo ceder y cuándo poner un alto a las expectativas de otros. Nina Brown señala algunas de sus innegables ventajas: “Nos permiten dar y recibir apoyo, además de que nos ayudan a aceptarnos como somos, y a que otros nos acepten y respeten”.

Para finalizar, habría qué determinar cuándo resultará apropiado marcar nuestros límites personales y cuándo acceder a los deseos de los demás. Y, de paso, preguntarnos si tal vez seamos quizás nosotros quienes a veces violamos y traspasamos los de ellos. Si fuese este el caso, valdría la pena empezar por tratar de ser más comprensivos y empáticos.

¿Cómo estableces tus límites personales? (parte 1)

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