Esta práctica realizada de manera moderada y bajo supervisión médica, puede significar una herramienta más para el cuidado de tu bienestar físico y emocional
Los baños con agua helada han ganado bastante popularidad en los últimos años y son promovidos con regularidad en las redes sociales como un reto más a cumplir y, por otro lado, como parte de nuevas rutinas de ‘wellness’.
Algunos aseguran que esta práctica es la experiencia más revitalizante que han tenido, mientras que otros advierten de los riesgos adversos a la salud que puede provocar esta tendencia.
Lo cierto es que la exposición a bajas temperaturas ha sido un recurso utilizado desde hace varias décadas en las ramas clínica y deportiva, y el debate real se centra en la efectividad de estos métodos y si hay o no evidencia científica que respalde los riesgos y beneficios de sumergirse en agua helada.
Expertos advierten que el principal riesgo de tomar duchas heladas es su impacto cardiovascular, ya que el frío aumenta la frecuencia cardiaca y estrecha los vasos sanguíneos, lo que podría reducir el flujo sanguíneo hacia el corazón y provocar efectos graves, por lo que es de suma importancia realizar esta práctica bajo supervisión, especialmente en pacientes con enfermedades cardiovasculares y grupos vulnerables, como personas con el síndrome de Raynaud, crioglobulinemia, hipersensibilidad al frío y diabetes.
Pero más allá de las creencias populares, lo cierto es que las terapias con frío, cuyo nombre técnico es crioterapia, sí tienen fundamentos fisiológicos, pues la exposición breve y controlada al frío activa mecanismos que podrían ser beneficiosos para varios sistemas del cuerpo.
Según información proporcionada por Mayo Clinic, los baños helados promueven la vasoconstricción seguida de vasodilatación, mejorando de esta manera la circulación, que funciona bastante bien en personas que padecen venosa o várices.
La vasoconstricción contrae los vasos sanguíneos y contribuye a disminuir el daño en los tejidos musculares, lo que favorece una una recuperación más rápida y reduce el flujo sanguíneo hacia los músculos, lo que ayuda a controlar la inflamación y el dolor, aliviando la rigidez y limitando la disfunción.
Por otra parte, en el plano inmunológico, la crioterapia ayuda a estimular la producción de glóbulos blancos y a liberar noradrenalina.
La exposición al agua fría también aumenta la termogénesis, lo que se traduce en un gasto calórico adicional y la activación de la grasa parda, lo que puede ayudar a combatir la obesidad, la diabetes y algunas enfermedades cardiovasculares.
La temperatura ideal de un baño helado
Según expertos, los beneficios del frío comienzan cuando la temperatura del agua está por debajo de los 15 grados centígrados, aunque la temperatura no debe bajar de cinco a siete grados centígrados para evitar daños cutáneos o neurológicos.
Estas duchas heladas deben adaptarse al umbral de tolerancia de cada persona, comenzando con temperaturas ligeramente más frías para evitar un choque térmico estrepitoso.
Aunque no existe un consenso sobre la frecuencia con que se puede tomar una ducha helada, los expertos coinciden en que la constancia y la moderación son claves para obtener resultados positivos de la crioterapia y disminuir riesgos.
Si eres principiante en esta disciplina, lo más recomendable es iniciar con sesiones breves de inmersión e ir aumentando el tiempo, estando siempre atento a las reacciones de tu cuerpo para así medir la tolerancia.
Para tomar en cuenta
- Si pretendes iniciarte en la disciplina de las duchas heladas, es necesario consultar con un médico antes, sobre todo si tienes alguna enfermedad preexistente, ya que puedes agravar tu estado de salud.
- Se recomienda iniciar este tipo de duchas con agua templada y disminuir la temperatura gradualmente para evitar choques térmicos.
- Si al realizar las duchas heladas sientes dolor, mareos, incomodidad o sensación de entumecimiento, debes suspender la práctica.
- Los baños helados no deben ser sustitutos, de ninguna manera, de tratamientos médicos ni convertirse en una rutina sin supervisión para quienes padecen afecciones crónicas o cardiovasculares, o pertenecen a algún grupo vulnerable.