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jueves, junio 12, 2025
    GURÚES“¡Hagan lío!”

    “¡Hagan lío!”

    El papa Francisco despertaba en mí una especial simpatía, quizá precisamente por todo aquello que le han criticado sus detractores.

    Me agradaba su voz dulce y lenguaje sencillo; el halo que lo rodeaba por ser el sucesor del apóstol Pedro, el vicario de Cristo, el Sumo Pontífice, el Santo Padre y el siervo de los siervos de Dios, no le impedía mostrarse como el hombre de carne y hueso que era: “Yo también, cuando rezo, a veces me quedo dormido”, “A veces en mi vida me he encontrado con monjas con cara de vinagre y eso no es amistoso”.

    Disfrutaba su rechazo a la suntuosidad y a los lujos de la jerarquía eclesiástica, así como a las grillas internas: “Me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres”, “No se necesitan ‘príncipes’, sino una comunidad de testigos del Señor”, “A mí me duele ver a un sacerdote o una monja con un auto último modelo. Ellos deben cumplir con su voto de pobreza”, “No se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa; no pongan su confianza en los ‘carros y caballos’ de los faraones actuales”, “Si tienen que pelearse, peléense; si tienen que decirse cosas, díganselas; pero como hombres, en la cara, y como hombres de Dios que después van a rezar juntos”.

    Me fascinaba su arrojo para enfrentar al sector conservador de la Iglesia Católica: “Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para criticarlo?”, “La Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas”, “Permite ‘en ciertos casos, tras un adecuado discernimiento’, la administración del sacramento de la Reconciliación incluso cuando no se consiga ser fieles a la continencia propuesta por la Iglesia”, “Yo rezo para que no haya un cisma, pero no le tengo miedo”.

    Admiré su actitud ante los abusos sexuales a menores cometidos por sacerdotes: “Esto es además mi vergüenza, nuestra vergüenza, mi vergüenza, por la incapacidad de la Iglesia durante tanto tiempo de ponerlos en el centro de sus preocupaciones”.

    Saboreé su reflexión sobre el insano populismo: “Cuando se convierte en la habilidad de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder”, y que “Otras veces busca sumar popularidad exacerbando las inclinaciones más bajas y egoístas de algunos sectores de la población. Esto se agrava cuando se convierte, con formas groseras o sutiles, en un avasallamiento de las instituciones y de la legalidad”.

    Pero, principalmente, aplaudí sus duros mensajes en torno al ejercicio periodístico y los cuatro pecados en los que podemos incurrir quienes nos dedicamos a esta actividad:

    1) Desinformación: “Doy la noticia, pero doy la mitad nada más, la otra mitad no la doy”.

    2) Calumnia: “Tienen tanto poder frente a las masas, a la gente, que pueden calumniar impunemente. Además, ¿quién les va a hacer un juicio? Nadie”.

    3) Difamación: “Te traen una mancha de antes y te la tiran ahora”.

    4) Coprofilia: “El amor a las cosas sucias, literalmente el amor a la caca; el amor a los escándalos, por ejemplo, todo lo que es sucio. Hay medios que viven de publicitar escándalos, sean o no verdaderos, sea la mitad verdadera o no. Pero viven de eso.”.

    Para Francisco, “ser periodista es una vocación, un poco como la de un médico, que elige amar a la humanidad tratando sus enfermedades. También lo es, en cierto modo, la del periodista, que elige tocar las heridas de la sociedad y del mundo. Es una llamada que viene de la juventud y lleva a comprender, a poner de relieve, a contar”.

    Por ello, me quedo con su llamado: “¡Hagan lío!”, aplicable no solo a los jóvenes… porque, en resumen, hacer periodismo significa no quedarse callado, enfrentar al poder, “hacer lío” pues y; él fue el mejor ejemplo de esto, porque ¡vaya que sí hizo lío!

    Negar la verdad incómoda

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