Trump, nos guste a los mexicanos o no, habrá de dirigir una vez más los destinos de la nación norteña. Si los “primos” lo acaban de elegir sabiendo cómo se las juega el señor, ellos sabrán por qué. Ni hablar, que con su pan se lo coman. O, como solían decir las abuelas de antaño, que Dios los coja confesados. Caso similar es el de los hermanos argentinos, quienes eligieron como presidente a Javier Milei, un personaje de naturaleza escalofriante, por describirlo de alguna manera.
En lo que a Mexicalpan de las Tunas se refiere, todo indica que la controvertida reforma al poder Judicial, nos guste o no, ha logrado salir avante del vendaval de las últimas semanas. El fallo mediante el cual la Suprema Corte de Justicia de la Nación se ha desistido de declarar la inconstitucionalidad de la reforma así parece confirmarlo.
A nivel global, el cambio climático, nos guste o no, también llegó para quedarse. Las hecatombes atmosféricas desencadenadas por este se dejan sentir en diversas latitudes. El ejemplo más reciente son los aguaceros inusualmente intensos que se dejaron sentir en Valencia, España, y que ocasionaron dos centenares de muertos por aquello que ha sido descrito como “uno de los peores temporales del siglo” en esa región del planeta.
Podría continuar con una ristra interminable de acontecimientos que, independientemente de nuestra postura personal frente a cada uno de ellos, logran cimbrarnos de una u otra manera en este mundo hipercambiante en que nos ha tocado vivir. Como alguna vez dijera Arthur C. Clarke, amo y maestro de la ciencia ficción: “El futuro ya no es lo que solía ser”.
El reto estriba, pues, en no desgastarnos emocionalmente ante un futuro que a veces sabe a melón y en ocasiones, a sandía. Uno de los remedios ante la incertidumbre que se ha apoltronado en el vivir cotidiano es NO DEJAR DE APOSTARLE AL OPTIMISMO, a pesar de sentir que no solo es allá en León, Guanajuato, donde la vida no vale nada, como jurase y perjurase el hijo predilecto de Dolores Hidalgo.
No me refiero, desde luego, al optimismo fatuo de pretender que vivimos en una especie de “disneylandia” existencial, sino al ánimo esperanzador de que las cosas suceden por alguna razón que desconocemos y que, sin embargo, intuimos a la vez que sospechamos.
Un autor que me encuentro leyendo en estos días aboga por UN OPTIMISMO SAZONADO DE REALISMO. Se trata de Frederik Pferdt, profesor de la Universidad de Stanford y creador del laboratorio de innovación de Google. El libro al que me refiero es “What’s next is now: how to live future ready” (“Lo que viene es ahora: Cómo vivir preparados para el futuro”), salido recientemente a la venta.
Pferdt propone un concepto al que llama ‘future-ready mindstate’, es decir, un estado mental dispuesto hacia el futuro, basado en la idea de que, en vez de angustiarnos por no poder controlar aquello que no nos es posible controlar (por ejemplo, el regreso de Trump al escenario mundial o el malhadado cambio climático), mejor nos mentalicemos para CONTROLAR CÓMO SENTIRNOS AL RESPECTO. Desde su punto de vista, esta actitud proactiva nos facultará a mantenernos en un permanente estado de alerta ante cualquier cosa que el futuro coloque en nuestros senderos, sobre todo si no es lo que hubiésemos deseado.
Los campos de acción en los que se afinca el citado estado mental son: OPTIMISMO, APERTURA, CURIOSIDAD, EXPERIMENTACIÓN, EMPATÍA y algo que Pferdt describe como LA DIMENSIÓN X, que describiré en su momento.
(Continuará la siguiente semana)
