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El arte, aliado incómodo de la conciencia (parte 6 y última)

J Balvin, el reguetonero colombiano, estuvo la semana pasada en España como parte de su gira mundial. Arcadio Falcón, cronista del diario madrileño “ABC”, quien atendió uno de sus conciertos, resume así su experiencia escuchándolo: “J Balvin cantó 27 canciones; 25 fueron iguales”, haciendo alusión al ritmo apelmazado del reggaetón y a su simplismo lírico.

En lo personal no tengo interés alguno en demeritar las melodías entonadas por tan encumbrado ídolo. Sin embargo, sus composiciones no han merecido la aprobación del referido cronista. “Las letras (si se salvó alguna, no me di cuenta), escribe, fueron un popurrí de sexo, alcohol, materialismo, depravación e incultura”.

Y remata así su crónica: “[El de Balvin] es un concierto que demuestra una de las reglas de la música popular moderna: ya no hablamos de Arte, esto es Entretenimiento”, poniendo así en evidencia el tradicional desdén de las élites culturales hacia la creación popular. Intelectualmente hablando, el término Arte (así, con mayúscula) se refiere a los productos culturales tradicionalmente consumidos y apreciados por un público educado, tales como la música clásica y las obras pictóricas alojadas en museos.

Ya sea que estemos o no de acuerdo con Falcón, habrá que decir que sabe de lo que está hablando, como egresado que es del prestigiado Berklee College of Music, en Boston. Cuando afirma que la música de J Balvin es mero entretenimiento, la declara ajena a las filas del Arte y la condena al ámbito de la cultura popular y mediática. Es decir, aquella favorecida por un público supuestamente tosco, inculto e ignorante. A decir del sociólogo estadounidense Herbert J. Gans, las élites desdeñan la cultura popular por sus efectos nocivos, ya que la consideran “emocionalmente destructiva” debido a su carácter “brutal”, que gira alrededor de una violencia y un sexo desbordados.

Dicha postura fue cobijada un siglo antes por el filósofo español José Ortega y Gasset, quien advirtió en 1930: “Lo característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone dondequiera… Vivimos bajo el brutal imperio de las masas”.

La psicóloga británica Mikita Brottman (2005), quien difiere radicalmente de Ortega y Gasset, sale en defensa de la cenicienta del arte al afirmar que el placer estético no es patrimonio exclusivo del arte elitista y yo concuerdo con ella: “Se pueden obtener diversos tipos de placer a partir de la cultura popular, dependiendo de la manera en que se consuman sus textos y de la relación existente entre el espectador y el tema abordado”.

Para concluir esta serie, te comento, lector / lectora, que el surrealismo, una de las máximas corrientes artísticas del siglo 20, está cumpliendo su primer centenario en este 2024, ya que André Bretón dio a conocer su Primer Manifiesto Surrealista el 15 de octubre de 1924, en el que consagraba el poder de la imaginación y la libertad del artista: “Amada imaginación, lo que más amo en ti es que jamás perdonas. Únicamente la palabra libertad tiene el poder de exaltarme”.

Referencias bibliográficas: Falcón, A. (Junio 1, 2024). “J Balvin: un réquiem para Occidente”. Diario ABC (España). Brottman, M. (2005). “High theory / low culture”. Nueva York: Palgrave Macmillan, p. 20. Gans, H. J. (1999). “Popular culture & high culture.” Nueva York: Basic Books, p. 41. Ortega y Gasset, J. (1985). “La rebelión de las masas”. CDMX: Editorial Artemisa. Publicación original, 1930, pp. 48-49.

El arte, aliado incómodo de la conciencia (parte 5)

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