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El arte, aliado incómodo de la conciencia (parte 2)

Si pudiese capturar en una sola imagen la esencia del arte, lo visualizaría como un magnífico pavorreal de tres cabezas. A la primera, deslumbrante y colorida, la admiraría extasiado, rendido ante su paradisiaca armonía. La segunda, en cambio, me inquietaría, pues pareciera no quitarme la vista de encima; sin duda me sentiría vulnerable ante su implacable y feroz escrutinio. La tercera, a diferencia de las dos primeras, ocultaría su rostro verdadero con un carnavalesco antifaz, creando así un aura de magia y misterio ante aquello que entendemos por realidad.

Si la descripción anterior diese la impresión de originarse en lo fantasioso y lo onírico, confirmaría así mi patente deseo de ubicar al arte en el terreno de la creación simbólica, alineándome con la perspectiva de Arthur C. Danto, un teórico de la filosofía del arte, quien acertadamente describe a este como “un sueño de la vigilia”. Un sueño que en ocasiones será, a mi parecer, serenamente plácido, sublime e idílico. En otras, adoptará la forma de una pesadilla engendrada en los recovecos del abismo de la fantasía, de acuerdo con la perspectiva y la intención del artista, según este se muestre interesado en embelesarnos o escandalizarnos con su imaginación creadora.

En honor a su compleja naturaleza, he definido aquí al arte como un incómodo aliado de la conciencia, pues su noble acompañamiento acontece en el sendero de los sobresaltos. Según se requiera, del pincel creador del artista surgirán los fantasmagóricos rostros y torsos de “Les demoiselles d’Avignon” (“Las señoritas de Avignon”, 1906), que Picasso utilizó para sabotear la rigidez del realismo.

En la Francia del siglo 19, otro pincel había trazado la desenfadada vulva de la anónima modelo de Gustave Courbet en “L’Origine du monde” (“El origen del mundo”, 1866), en celebración del cuerpo femenino por parte del pintor galo. El Museo de Orsay, de cuya colección forma parte esta obra, se refiere a “la gran virtuosidad de Courbet” y se rehúsa a etiquetarla como pornográfica, resaltando su pincelada amplia y sensual, enmarcada en una tradición carnal y lírica en pintura.

Lamentablemente, el oleaje que en su momento levantó esta controversial pintura no se ha aquietado del todo. El martes pasado, dos mujeres burlaron los filtros de vigilancia del Centro Pompidou, que aloja temporalmente a la mencionada obra de Courbet, y garabatearon sobre esta, con espray rojo, las palabras “MeToo”. Por fortuna, el desnudo se encontraba protegido por un panel de vidrio. Las transgresoras, que hicieron lo mismo con otras cuatro pinturas (no se ha revelado cuáles), se justificaron diciendo que las animaba el propósito de “cuestionar la historia del arte”, pues son las mujeres, y no este cuadro, el verdadero origen del mundo.

Un ejemplo más de esta modalidad vandálica. En junio pasado, dos activistas arrojaron pintura roja a “El jardín del artista en Giverny” (Monet, 1900), en un museo de Suecia. Venturosamente, la pintura se encontraba también protegida por un vidrio. Las detenidas argumentaron que “espléndidos jardines como los pintados por Monet pronto serán una memoria distante”, debido a los estragos del cambio climático.

Con el debido respeto a las causas representadas por estas activistas: ¿vandalizar el patrimonio artístico de la humanidad es acaso motivo de orgullo para ustedes?

(Continuará la semana entrante)

Referencia bibliográfica: Danto, A. C. (2013). What is art? Londres: Yale University Press.

El arte, aliado incómodo de la conciencia (parte 1)

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