Códigoqro te comparte el legado de una de las periodistas pioneras en México, quien nos demuestra que, en las vueltas del comportamiento que llevan a la humanidad a repetir, la evolución de una sociedad debiera cimentarse en su historia para no volver a aquello que alguna vez fue un fracaso.
María Marín Foucher (1909-1985), periodista y escritora tabasqueña. Colaboró en revistas y periódicos como “Crucial”, “Nosotros”, “Últimas Noticias” y “Psiquis”, entre otras.
Cada hombre posee una “personalidad única” que es la propia, la determinante y absolutamente original en sus rasgos característicos, matices y colores. Sin embargo, esa personalidad existe solo para el propio individuo, porque los seres humamos escondemos, astutamente y bajo un velo denso de prejuicios, conveniencias y astucias, el verdadero contenido de nuestro interior. Bien dicen que el hombre no tiene más personalidad que la que su interlocutor le otorga.
Pero, ¿cómo se forja esta personalidad ficticia o social? En la infancia, desde que abandonamos el vientre materno y con nuestro primer deseo de ser felices. Al principio, este impulso hacia el bienestar es inconsciente, pero a medida que crecemos se inician las posturas morales con las que habremos de jugar el resto de nuestra vida.
Ya mayores, el medio social se nos antoja lleno de inconvenientes, de luchas y de “estómagos vacíos”. Comenzamos, pues, a preparar un plan de defensa y de ataque, y el “hombre actor” o “mujer actriz” emergen, dispuestos a engañar a quien sea necesario; todo antes de dejarnos vaciar la canasta.
Así, la vida cotidiana se transforma en un gran teatro en cuyo escenario interpretamos a los más variados personajes: el pillo, el santurrón, el mundano, el místico, el sabio, el héroe, el escéptico o el chistoso. Y, como farsantes con envolturas carnales, convencemos algunas veces y fracasamos otras muchas, porque el público ya no aplaude como antes y desenmascara al “fortachón”, quien nunca ha labrado la tierra; al “culto”, quien demuestra su ignorancia en mil cosas sencillas de la vida; al “inteligente”, quien no nota que pasan los ratones bajo sus pies; al “valiente”, quien se desinfla como un globo al primer tropezón y al “sencillo”, quien por el solo hecho de anunciarse como tal, no lo es.
Y es que, cuando el tigre tiene sed, baja al agua, y cuando el hombre miente, se desnuda, porque hay algo más fuerte que traiciona sus palabras, sus gestos y hasta la grandeza de sus actuaciones: su personalidad física. Esa que da la pauta del individuo tal y como es; aquella que por su boca se mueve el orden de un ritmo interior y que delata que solo somos conejos disfrazados de venados. Que nos recuerda que estaríamos mejor si tiráramos los falsos cuernos para correr, libres de máscaras, con esos otros conejillos que abrazan su verdadera esencia sin aparentar, porque se saben únicos e irrepetibles.
Para la revista “Crucial” (extracto), 1947
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