Desde el patio de su casa, que ahora alberga un fructífero espacio teatral, lo que en algún momento fue un gran sueño que se hizo realidad, la maestra Lupita Smythe compartió anécdotas y satisfacciones que le ha dejado el teatro.
Con más de 50 años de trayectoria artística compartida con su esposo, el fallecido maestro Guillermo Smythe, ambos forjaron diversas generaciones de actores en Querétaro, pasando un gran legado artístico y de enseñanza a su hijo Jorge Smythe.
La maestra Lupita ahora continúa enseñando esta expresión artística con un grupo de teatro de maestros jubilados y hace un emotivo recorrido por su vida a través del monólogo Memorias de una Gaviota, que se presenta el 15 y el 22 de mayo en La Gaviota teatro.
Empecé a hacer teatro en 1968, aunque desde la primaria me gustaba la “artisteada”: yo siempre bailaba en todos los festivales, yo quería ser bailarina, pero después de la preparatoria tuve un problema en la pierna y ya no pude bailar. Terminé la normal y me invitaron a un grupo de teatro en el Instituto de la Juventud (Injuve); mi primera obra se llamó A media luz los tres, dirigida por el maestro Salvador Alonso; con ese grupo fui a varios concursos a la Ciudad de México, el primer año sacamos el cuarto lugar a nivel nacional y el segundo año, el primero, con una obra que se llama Almas que mueren.
En el grupo de teatro del Injuve conocí a Guillermo Smythe, mi esposo, él entró al grupo en 1970, nos hicimos amigos y nos casamos. Seguimos con ese grupo que duró 15 años, éramos muchos jóvenes, pero se fueron casando y dejaban el teatro; cuando solo quedamos Guillermo y yo, se acabó el grupo. Para ese entonces yo ya trabajaba como maestra y me comisionaron para participar en la Academia de la Cultura del SNTE, ahí comencé con el grupo de teatro para maestros y después invité a los hijos de maestros; así es como surgió La Gaviota, en 1995.
Un tiempo estuve dando clases de teatro aquí en el patio de mi casa. Cuando mis hijos se fueron, le dije a mi esposo: “Guillermo, hazme un teatro”, pero, pues, nosotros no somos ricos, somos teatreros; “¿cómo le hacemos?”, me decía. De pronto, le dan un premio en 2015 por su trayectoria y con eso empezamos a comprar cositas para hacer el teatro y al año siguiente me tocó a mí ese premio, y con eso le seguimos.
La verdad, tener este espacio ha sido de gran importancia no solo para La Gaviota, sino para muchos grupos que recibimos. Hay demasiados grupos en Querétaro, pero no hay espacios, entonces, el servicio que ha prestado a la comunidad teatral este espacio ha sido maravilloso y eso para mí y para Guillermo siempre fue una satisfacción.
Mi vida ha sido puro teatro. Yo me casé en el grupo de teatro, mis hijos nacieron en el grupo de teatro, mi vida ha sido el teatro.
Trabajé 25 años como maestra en Hércules. En 1979, que fue el Año Internacional del Niño, fuimos a representar a Querétaro con los niños de Hércules, escribimos una obra y la montamos solo con mímica; en el concurso llegaban compañías ya establecidas y mis niños sin vestuario ni escenografía sacaron el segundo lugar y el primer lugar en mejor texto, mejor actriz y mejor actor.
Solo uno de sus hijos ha seguido el llamado del teatro, ¿cómo ha sido trabajar con él ahora que la está dirigiendo en este monólogo?
Sí, tengo tres hijos y me dicen que a los mayores los vacuné contra el teatro, porque en alguna ocasión en una pastorela que participaron para juntar para comprarse una bicicleta, la obra comenzaba a las 10, entonces, entraban, hacían su papel y se quedaban dormidos y tenía que despertarlos para que hicieran el cierre de la obra, entonces, a partir de ahí ya no quisieron saber nada del teatro. En cambio, Jorge, el más chico, siempre nos acompañaba y fue el único que decidió seguir con el teatro.
Como director es muy exigente, él tiene ya nuevas ideas y creo que por eso el producto es muy bueno, mis respetos para su trabajo.
Empecé a hacer teatro porque quería meterme en otros personajes para ver qué se sentía y cuando lo hice, dije “de aquí soy”. El teatro es para toda mi vida porque puedo tener la edad que sea y todavía hay un papel para mí. Ver a tantos niños que han pasado por mis manos y que son felices, porque el teatro te transforma, es mágico, yo veo niños que llegan tímidos y con el teatro crecen. El teatro ha sido un transformador de seres humanos maravilloso.
Seguir actuando, ese es mi sueño, seguir actuando mientras la vida me lo permita. Fue un sueño hacer este monólogo (Memorias de una Gaviota) porque es el primero en 57 años de trayectoria, pero digo: “No lo vuelvo hacer”, porque para mí el teatro es grupo y yo sola en escena me siento muy sola.
La comedia, pero he hecho más dramas; yo gozo las pastorelas porque ahí me toca hacer un personaje cómico.
Tengo más de 50 años actuando y me siguen dando unos nervios tremendos, trato de repasar el texto, rezo un poco, pero en el momento en que salgo y veo al público, todo cambia.
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